domingo, 19 de agosto de 2012

Capítulo 30: Dieciocho velas


Dieciocho velas

Desde que tengo uso de razón, me han gustado mis cumpleaños. Soy de la clase de personas a las que les gusta el día de su cumpleaños, y de las que lo disfrutan al máximo. Mi nacimiento se produjo un soleado y caluroso 5 de Junio, fecha recordada por algunos como el desembarco de Normandía en 1944. Pero para la gente de mi entorno, este día es recordado como mi cumpleaños.
Mis celebraciones de cumpleaños estaban todas marcadas por un mismo patrón, que se repetía año tras año. Mi madre y Greta venían a mi habitación a despertarme cantándome “Dancing Queen”, una tradición que se había impuesto cuando la empecé a cantar mientras sonaba en la radio el día de mi tercer cumpleaños. Luego, al llegar a la cocina, llena de globos de colores, me esperaba mi padre preparándome mi desayuno favorito: tortitas recubiertas con chocolate y caramelo. Como esos días solía tener clase, me iba al colegio, donde me esperaban mis compañeros, que cantaban “Cumpleaños Feliz” al verme. Normalmente, los que tenían algún regalo me lo daban, y si no, esperaban a mi fiesta.
Mis fiestas. Mis famosas y geniales fiestas de cumpleaños. Cada año, mi madre se estrujaba la cabeza pensando en un sitio diferente donde celebrar mi cumpleaños, que debía de estar situado en Nueva York o en las cercanías de la ciudad. Una vez elegido el lugar de la celebración, mandaba las invitaciones de cumpleaños y organizaba una fiesta sencillamente genial, donde estaban todos mis amigos, mis compañeros de colegio y familia.
Todos los años, el patrón de celebración era exactamente igual, con la excepción de mi decimoséptimo cumpleaños. No me gustaba recordar esa fecha demasiado, no era algo agradable. Mi intención de olvidar ese cumpleaños se debía a que el día de mi fiesta, que se celebraba ese año en el hotel Astoria Waldorf con un baile por la noche, decidí que quería perder la virginidad con mi novio de por aquel entonces, Christian Valley. Llevábamos cinco meses y medio juntos, y como estaba tan estúpidamente enamorada de él, quise que él fuera el primero en acostarse conmigo.
Finalizando casi la fiesta, después de soplar las velas y con la excusa de que estaba cansada, le dije a mi madre que me iría a casa. Ella insistió en acompañarme, pero le dije que se quedase a disfrutar de la fiesta. Al llegar a casa, me quité el vestido de noche y me puse ropa normal, y, subida a un taxi, fui hasta casa de Christian.
Sabía que la casa de Christian estaría vacía, porque sus padres y su hermano pequeño estaban en mi fiesta. Subí en el ascensor los dieciocho pisos hasta su apartamento, y al llegar, abrí la puerta con la llave que me había dado él. Encaminé mis pasos por el piso vacío, que ya conocía de memoria, hasta su habitación, situada casi al final del apartamento. Abrí la puerta, esperando encontrarlo a él durmiendo, pero me equivoqué de pleno. Quien se encontraba con él era la que creía hasta ese momento mi mejor amiga, Lea Kingston. Christian, al verme, se tapó lo mejor que puso y se acercó a mí:
-          Lena, esto no es lo que parece – dijo tocándome la cara.
-          ¡Ni me toques cerdo! – le grité.
-          Lena…
-          ¡Ni Lena ni nada! No quiero volver a verte en lo que me queda de vida. – dije, acercándome a la puerta.
-          Pero Lena… – empezó a decir él, pero antes de que continuara, me acerqué a él y le pegué un bofetón.
-          Esto es por si no te había quedado claro – le dije marchándome de allí.
Unas dos semanas después de eso, mi madre pilló a mi padre con su secretaria, provocando su divorcio y mi posterior ingreso en el internado. Por todo eso, no me gustaba recordar ese cumpleaños.
Pero ya había pasado un año. El tiempo había curado esas heridas y abierto otras nuevas. No quería amargarme recordando todos esos acontecimientos, ya que habían pasado demasiadas cosas buenas que superaban con creces todo eso: mis nuevas y geniales amigas, Christopher, la boda de mi madre con Joe, el divorcio de mi padre con la rubia unineuronal de su secretaria, la noticia de que tendría un hermanito o hermanita…

***
Los gritos de las chicas me despertaron esa misma mañana de sábado. Cuando abrí los ojos con la intención de echarles la bronca por despertarme, me encontré con que cada rincón nuestra desordenada habitación había sido cubierto por guirnaldas y globos.
-          Y cinco, seis, siete y… – empezó Nat.
-          Dancing queen! Young and sweet only seventeen! Dancing queen, feel the beat of the tambourine! – empezaron a cantar las chicas al mismo tiempo que hacían una especie de baile extraño.
-          Oh yeah! – entonó Nat.
-          You can dance, you can jive, having the time of your life…. Oooh, see that girl, watch that scene, dig in the Dancing queen! – terminaron de cantar ellas.
Corrí a abrazarlas llorando.
-          Lena, no llores – me intentó consolar Nat.
-          Es que… No me lo esperaba… Muchas gracias chicas… – dije mientras hipaba un poco.
-          Tu madre nos dijo que te iba a hacer ilusión.
-          Es que ella y Greta me despiertan cantando “Dancing queen” en mi cumpleaños. En serio, muchas gracias.
-          Para eso eres nuestra amiga. – dijo Charlie.
-          Y hoy vas a tener uno de los mejores cumpleaños de tu vida. Eso prometido.
Las abracé una por una, mientras que me deseaban un feliz cumpleaños.
-          Y ahora ve a arreglarte, que nos esperan los chicos en el comedor.
Haciendo caso a Charlie, me dirigí al baño para arreglarme, ya que ellas ya lo habían hecho. Al salir de allí, vi que Nat me había dejado encima de mi cama un vestido azul claro muy sencillo, con un cinturón marrón para poner en la cintura, y unos botines bajitos a juego. Me vestí, me maquillé y salimos de allí.
Al llegar al comedor, nos dirigimos a nuestra mesa, donde nos esperaban nuestros respectivos novios, que al vernos, se pusieron a cantar “Cumpleaños feliz”, provocando mi sonrojo, y sus carcajadas al terminar.
-          Feliz cumpleaños cariño – me dijo Chris dándome un beso.
-          Feliz cumpleaños Lena – me gritaron el resto de los chicos viniendo a abrazarme por turnos.
-          ¿Quieres abrir tus regalos ya o prefieres desayunar antes?
-          Desayunar, por favor. Me muero de hambre.
Chris me pasó un plato con tortitas ya recubiertas con chocolate y caramelo y una taza de café. Durante el desayuno hablamos de cómo iba a ser mi fiesta de cumpleaños. Nat comentó en lenguaje clave cómo descubriríamos a Fionna Catchpole.
Nat, experta informática, había hackeado la cuenta de correo de Fionna, a la que le correspondía un número de teléfono, y Nat había descubierto cuál era. El plan era sencillo. Una vez que estuviéramos en la fiesta, después de un rato de baile, yo saldría a soplar la tarta. Cuando la soplara, daría un discurso de agradecimiento y empezaría a hablar de cómo afectaban algunas cosas a la vida del internado. En ese momento, Nat llamaría desde un número oculto al número de Fionna Catchpole, y yo anunciaría que Fionna era la propietaria de ese teléfono.
Plan sencillo, fácil y, probablemente, muy efectivo. Además, ninguno de los invitados de la fiesta se esperaría ese giro de los acontecimientos.
Y, de vuelta a mi mañana de cumpleaños, ya instalados en mi habitación, los chicos me daban sus regalos.
-          Chicos, de verdad, no hacía falta que os molestaseis – repetí por enésima vez mientras abría el paquete de Kevin.
-          Reconócelo, te encantan los regalos. – dijo Nat mientras colocaba todos los regalos en un montón.
-          Vale, lo reconozco, me encantan los regalos – reconocí terminando de abrir el paquete de Kev.
De la caja salió una cazadora negra de cuero, del tipo perfecto, con tachuelas en la zona del cuello, y el nuevo modelo de Christian Loubotin.
-          ¡Muchas gracias Kev! – le dije abrazándolo. – Como siempre, has acertado de pleno.
-          Tuve algo de ayuda – añadió él, mirando significativamente a Penny.
-          Venga, ahora me toca a mí – añadió Johnny. – Que para algo soy su hermano. – añadió mientras me tendía una caja de Chanel.
Destapé la caja con cuidado, quedando alucinada con su contenido, el modelo de Chanel 2.55 en color rojo:
-          ¡Johnny! Te has pasado.
-          No me riñas, lo querías desde hace bastante, así que como buen hermano, te lo regalo.
La abracé con mucha fuerza.
-          En serio, gracias.
-          Ya sabes que por ti lo que sea. Y ahora abre el de las chicas.
Haciéndole caso, abrí el pequeño paquete que me tendieron. Al abrir la caja, apareció el modelo nuevo de Rolex en oro rosa, con la esfera de brillantitos.
-          No puede ser en serio. – añadí, todavía sin creérmelo mucho.
-          ¿Y por qué no? – preguntó Nat.
-          Porque esto es pasarse. Si lo del bolso ya me parecía una pasada…
-          Lena, eres nuestra amiga. – empezó a decir Penny.
-          Y solo se cumplen dieciocho años una vez – terminó Charlie.
-          En serio, muchas gracias – dije mientras las abrazaba a todas.
-          Mira la esfera de atrás – añadió Penny.
Le hice caso. En la esfera de atrás, las chicas habían grabado la siguiente inscripción: “Con amor. N.C.P”.
-          ¿Os he dicho que os quiero? – dije.
-          Muchas veces – me respondió Nat.
-          Pues lo repito, os quiero. Y mucho.
Volvimos a abrazarnos las cuatro durante un pequeño rato.
-          Venga chicas, que aún faltan Jerry y Chris – nos recordó Kevin.
Nos separamos y volví a mi lugar para seguir abriendo regalos.
-          Si dejamos a tu querido novio para el final, ahora me toca a mí. – dijo Jerry tendiéndome un paquete.
Quité el papel de regalo, y apareció una caja con el logotipo de Victoria’s Secret.
-          Creo que este lo voy a abrir luego. – respondí convencida.
-          Pues te toca el siguiente. – añadió Jerry tendiéndome el segundo paquete, un sobre delgado.
Lo abrí, sacando del sobre dos billetes con destino a Dublín, dos billetes con destino a Cork y dos entradas para el siguiente concierto de U2 en Cork, con pase para zona vip.
-          Como puedes ver, los billetes para Dublín no tienen fecha de caducidad, así que puedes ir en cualquier momento allí con la persona que tú quieras.
-          Nunca he estado allí.
-          Te gustará, tanto como Cork, donde se celebra el concierto. Y ahora el último paquete – añadió, trayendo hacia mí un paquete bastante grande.
Corrí a abrir el regalo, y me sorprendí de ver un juego completo de maletas de piel de Chanel en color crema y negro, con maletas de muchísimos tamaños, neceseres, sombrereras, etc.
-          Un buen viaje necesita una buena maleta. O varias, teniendo en cuenta cómo eres tú.
-          Jerry, eres un amor. – dije abrazándolo.
-          Nat me dijo que nunca habías estado en Irlanda, así que me pareció un buen regalo de cumpleaños lo de regalarte un viaje.
-          Y ahora me toca a mí. – dijo Chris, tendiéndome un paquete pequeño.
Abrí el paquete con cuidado y saqué una caja de Tiffany’s. La abrí, y en su interior encontré los pendientes de diamantes más bonitos que había visto en mi vida. Eran de forma alargada y caían en forma de lágrima.
-          Chris, te has pasado. Pero mucho.
-          Nada es suficiente para ti. – me dijo él encogiéndose de hombros. Me encantaba cuando hacía eso.
-          Te quiero, ¿lo sabes? – le respondí abrazándolo.
Nos empezamos a besar, algo efusivamente, provocando que los demás empezaran a quejarse.
-          Venga chicos, si queréis os pago yo el motel, no hace falta que lo hagáis aquí mismo… – dijo Jerry largándose de la habitación con el resto.
-          ¿Cuál era el plan para hoy? – le pregunté a Chris.
-          En el cine echan el maratón de películas de Star Wars, y teníamos pensado ir. Luego comeríamos, volveríamos al cine, y después os dejaríamos en la habitación para que os arreglarais para la fiesta.
-          Creo que no me apetece demasiado lo de Star Wars… Sobre todo si tenemos en cuenta que podríamos estar solos aquí toda la mañana… - le dije mientras le empezaba a besar el cuello.
-          Creo que a mí tampoco me apetece ver películas.

***
Unas cuantas horas más tarde, después de la mañana en la habitación de Chris, la comida y la sesión de películas de Star Wars, estaba con Chris en la puerta de la discoteca, esperando para entrar en mi fiesta de cumpleaños.
-          ¿Aún no quieres entrar? – me preguntó Chris mientras me abrazaba para que no tuviese frío. 
-          Quiero disfrutar unos segundos más de esto – le dije mientras hundía la cara en su hombro. Aspiré su aroma con disimulo. Me encantaba ese olor tan particular que tenía él, un olor muy masculino.
-          Pues estaremos aquí hasta que tú lo digas. – me contestó abrazándome más fuerte.
Permanecimos unos momentos en silencio, un silencio agradable, disfrutando de nuestra presencia.
-          Me encantaría estar así siempre – suspiré.
-          ¿Así como?
-          Así, contigo... Solo tú y yo. 
Chris me separó un poco de él para verme la cara, aunque me mantenía abrazada. 
-          Lena... ¿tú sabes que te quiero? – me preguntó mirándome a los ojos.
-          Con locura. Como yo a ti. – le confesé.
-          ¿Y tú harías algo por mí?
-          Lo que sea Chris, lo que sea.
Pero antes de que me contestara, Nat se asomó por la puerta del gimnasio, interrumpiendo el momento.
-          Parejita, siento interrumpir, pero Lena tiene que hacer su entrada triunfal.
-          Entonces vamos – dijo él, algo decepcionado.
Me acerqué a su oído para susurrarle:
-          Me debes una respuesta. 
El asintió, haciendo un gesto que significaba que ya hablaríamos.
La gente estaba bailando cuando entramos en la fiesta. Nat se subió al escenario y cogió el micrófono, como aquellas vez que cantó "Will you still love me tomorrow" para que Chris y yo la bailáramos en el cumpleaños de Blondie Fox.
-          ¡Buenas noches a todos! Estamos aquí para celebrar el cumpleaños de una chica muy especial, ¿os suena?
Un prolongado y ruidoso "Siiiiiiii" se oyó en la sala.
-          Pues ya que sabéis quien es, dediquémosle un gran aplauso a la cumpleañera, la genial Lena Williams!
Una horda de aplausos resonó por toda la sala, además de los gritos de mis amigas.
-          Y ahora, ¡continuemos con la fiesta! - grito Nat bajándose del escenario.
Chris me tomo de la mano y me llevo al centro de la pista, donde baile con él durante un buen rato, aunque también baile con Johnny, Jerry, Kev y mis amigas, además de con unos cuantos chicos mas del internado, entre los que estaba Christian Valley, que aún seguía saliendo con Jill Blackstone.
En un momento determinado, Nat mando parar la música y me subió al escenario, y, al mirar hacia la puerta, vi como Chris se acercaba hacia mí con una tarta de cumpleaños preciosa, adornada con dieciocho velas ya encendidas, que poso en una mesita que estaba colocada delante de mí.
Después del consabido cumpleaños feliz, que entonaron todos los que estaban allí, y con Chris agarrándome la cintura con suavidad, procedí a soplar las velas, que conseguí apagar de una vez.
Tras los aplausos, Nat volvió a agarrar el micrófono y se dirigió a la gente:
-          Y ahora, ¡unas palabras de la cumpleañera!
Nat me alargó el micrófono y me dirigió una mirada significativa. Era la hora de la verdad.
-          Antes de nada, buenas noches a todos y muchas gracias por venir a mi fiesta. Y ahora, la noticia bomba de la fiesta.
-          ¡Estás embarazada! – gritó Jerry, provocando que Nat le diera una colleja.
Unos murmullos empezaron a escucharse en la sala.
-          No, no estoy embarazada. La única embarazada de esta sala es Barbara Clarkson. Pero por noticias como estas, falsas o no, la gente se crea opiniones erróneas acerca de nosotros.
-          Lo que dice Lena es cierto. No hace tanto, se rumoreó que ella estaba liada con Fred Hilton – continuó Chris.
-          Algo totalmente falso. Pero por rumores como esos, tuve una discusión con Chris innecesaria. Por eso, y tras una singular petición, tengo que tomar medidas contra esos rumores – dije sacando mi móvil de mi bolsito.
La gente prestó atención con ese gesto, y siguieron con la mirada el recorrido que hice con el móvil, enseñándolo a la sala y luego marcando un número. Y antes de que sonara el primer pitido, añadí:
-          Compañeros de internado, os presento a Fionna Catchpole.
La melodía estridente de un móvil sonó en ese momento, anunciando la identidad de la cotilla oficial del internado. Y, por supuesto, todo el mundo dirigió su mirada a la portadora del móvil. Y al mirar, lo que menos podía imaginarme era la identidad de la cotilla.
Lo único que oí con claridad antes de que empezaran los murmullos fue la voz de Chris elevándose por encima de las demás, amplificada por el micrófono que yo sostenía en la mano:
-          ¿Jillian? – dijo él, todavía sin poder créerselo.
Ni yo misma lo hubiera adivinado nunca. Jill Blackstone era la famosa Fionna Catchpole. La cotilla oficial del internado. La persona que se había dedicado a publicar los secretos y cotilleos de la gente del internado durante los últimos tres años.
Jill, con cara de asustada, salió corriendo de allí. Nadie se lo impidió. Todo el mundo no se había acostumbrado a la noticia, ni siquiera se lo terminaban de creer del todo. Pronto empezaron los murmullos, que fueron subiendo de todo a medida que pasaban los minutos.
Miré a mis amigos. Ninguno nos creíamos lo que acababa de pasar. Nuestras caras de desconcierto eran perfectamente visibles.
-          Lo siento, pero nunca pensé que fuera ella. – dijo Nat rompiendo el silencio que había en nuestro pequeño grupo.
-          Ni yo. Pero ni de coña. – añadió Charlie.
-          Siempre pensé que sería alguna de las lacayas de Blondie Fox, o incluso alguien próximo a ella. Pero nunca Jill. – terminó Penny.
Mi conciencia me decía que fuera tras Jill, a pedirle explicaciones o algo así. Por mucho daño que me hubiera hecho con sus publicaciones, se merecía que la escuchasen. Por lo menos merecía la oportunidad de explicarse.
-          Chicas, creo que voy a salir un rato fuera. Necesito un cigarrillo. – dije mientras me bajaba del pequeño escenario.
-          Te acompaño – me dijo Chris siguiéndome.
Salimos fuera de la discoteca, y me apoyé en la pared exterior mientras buscaba un cigarrillo en el bolso. Por supuesto, ya no tenía ninguno. Hacía bastante que no fumaba.
-          Chris, dime que tienes un cigarrillo por ahí.
-          Ya sabes que no. Hace bastante que no fumo.
-          ¿Podrías entrar y pedirle unos cuantos a Jerry?
-          En realidad no quieres fumar.
-          Claro que quiero fumar. Por eso te pedí que entraras a pedirle tabaco a Jerry.
-          Lo de los cigarrillos es un farol. En cuanto entre, tú irás en busca de Jill.
Mierda. Me había pillado.
-          Te conozco muy bien. Demasiado bien diría yo. Estás deseando que te explique todo.
-          Vale, has acertado. ¿Ahora puedo irme?
-          Sola no llegarás muy lejos. Jill no está en la residencia.
-          ¿Sabes dónde puede estar?
-          Eso creo. Por probar no perdemos nada.
Y cogidos de la mano, nos dirigimos al edificio de clases. Aunque estaba algo extrañada, no dije nada, sino que seguí caminando en silencio. Al llegar, subimos al tercer piso y nos dirigimos hacia el pasillo de las salas audiovisuales.
Chris se paró delante de una puerta y la abrió despacio. La sala estaba a oscuras, así que antes de encender la luz, pregunté:
-          ¿Jill?
-          ¿Lena? ¿Eres Lena Williams?
-          La misma. – dije mientras encendía la luz.
Jill estaba sentada en un rincón de la vieja sala, abrazándose las rodillas y con la cara llena de lágrimas.
-          Por lo visto vienes acompañada. – dijo al ver a Chris.
-          Sin él no te hubiese encontrado nunca. – reconocí.
-          Recuerdo que te gustaba estar aquí cuando querías esconderte del mundo. – añadió Chris.
Me senté al lado de Jill, y Chris se sentó enfrente de las dos, cerrando el círculo.
-          ¿Por qué venís en son de paz? – preguntó ella. – ¿O sólo estáis fingiendo para echarme a los leones?
-          Los leones no te comerán, no dejarás que lo hagan. – le contestó Chris.
-          Además, todavía no te buscan. Mañana sí, pero ahora no. Están demasiado concentrados en pasárselo bien en mi fiesta. – dije.
-          Siento todo lo que os he hecho. En serio. Nunca debería haber escrito cosas tan horribles sobre vosotros y sobre el resto.
-          Todos hemos hecho algo de lo que nos arrepentimos alguna vez. No serás ni la primera ni la última en hacerlo. – reconoció Chris.
-          Lo sé, pero ahora que pienso en lo que hecho, me arrepiento muchísimo.
-          Estás perdonada Jill. Todos cometemos errores. – le dije.
Nos quedamos en silencio por unos momentos, silencio que Chris rompió.
-          Creo que deberíamos volver ya.
-          Christopher, espera un momento. Tengo que hablar a solas con Lena.
Chris asintió en silencio y se marchó de la habitación, dejándonos solas.
-          Creo que te debo una explicación de todo. – empezó a decir ella.
-          No hace falta…
-          Creo que sí. Te lo debo. Y no quería que Chris estuviera delante.
-          Adelante pues.
-          Creo que ya sabes que Chris y yo estuvimos saliendo hará unos tres años…
-          Johnny me lo contó.
-          Pues es cierto. Estábamos genial. Pero yo era diferente con los chicos por esa época, me gustaba cambiar de chico continuamente para no aburrirme. Chris no iba a ser la excepción, así que lo dejé.
-          Johnny me dijo que lo había pasado muy mal.
-          Es cierto. Chris lo pasó muy mal. Y me arrepiento muchísimo de haberlo dejado. Fue lo peor que pude hacer. Y a partir de eso, Chris cambió. Se volvió más duro,  ya no le importaba lo de dejar corazones rotos a su paso. Y todo por mi culpa.
Jill cogió aire antes de seguir con su relato.
-          Un día, a las pocas semanas de dejarlo, lo vi con una chica. Me miró, y vi que ya no sentía nada por mí. Eso fue horrible. Me sentí fatal, lo único que quería hacer era llorar. Pensaba que, al dejarlo, si quisiera volver con él, lo haría fácilmente. Pero me confié, lo que le había hecho a Chris le había alejado de mí.
Comprendí perfectamente la personalidad del Chris que conocí cuando llegué al internado. Por muy duro que se quisiera mostrar hacia el mundo, con esa actitud de indiferencia total, en el fondo era un chico al que le habían roto el corazón.
-          Como Chris seguía saliendo con chicas, me enfadé tanto conmigo misma que lo único que quería hacer era hacerles daño a las chicas con las que salía él. Y la única manera que se me ocurrió de hacerles daño fue publicar sus trapos sucios en un boletín que leería todo el internado. Y para que nadie sospechase que yo era Fionna Catchpole, empecé a publicar los cotilleos de gente que no tenía nada que ver con Chris. Mi correo electrónico falso pronto se llenó de correos de gente que quería desvelar secretos.
-          ¿Y por qué no paraste?
-          Me acabé acostumbrando a eso. A prestar más atención a las vidas de los demás que a la mía. Pero eso cambió.
-          ¿Cómo?
-           Gracias a ti.
-          ¿A mí?
-          Indirectamente. Llegaste nueva al internado, Chris se enamoró de ti, y tú de él. Llegué a odiarte. Y no sabes lo que me alegré cuando me enteré de que Christian Valley, tu ex novio, había llegado al internado dispuesto a recuperarte.
-          Porque así tú tenías alguna oportunidad con Chris.
-          No esperaba tener ninguna, pero me alegraba el hecho de saber que tú no estabas con él. Pero tú un día dejaste a Valley y volviste con Chris. Así que gracias a eso, yo conocí a Christian. Si no hubieras dejado a Valley por Schoomaker, yo no estaría ahora con Christian.
-          ¿Cómo lo conociste?
-          Fui a la enfermería a buscar una aspirina, y en la sala de espera, estaba Christian. Empezamos a hablar… y surgió la química. Christian es el primer chico que me gusta de verdad.
-          ¿Y por qué no dejaste de escribir el boletín cuando empezaste con Christian?
-          No lo sé. Fionna Catchpole se había convertido en parte de mi vida y no sabía cómo deshacerme de ella. Aunque ahora ya no me queda más remedio que hacerlo.
-          Lo superarás. Christian te ayudará.
-          Seguramente me odia ahora mismo.
-          Se le pasará. Habla con él y te perdonará. Yo ya lo he hecho.
-          No sé cómo darte las gracias.
-          No hace falta que lo hagas. Lo único que espero es que me llegues a considerar tu amiga. Ahora no, pero espero que en futuro sí. He oído que te han admitido en Yale.
-          Quería ir a Yale desde que era pequeña. Me alegra saber que voy a tener una amiga allí – dijo ella sonriendo por primera vez.
-          Venga, ahora toca enfrentarse a los leones.
-          ¿Juntas?
-          Juntas.
Y salimos de allí con la intención de volver a la fiesta. Tocaba enfrentarse con los fantasmas del pasado. Pero Jill no lo iba a hacer sola. Ahora contaba conmigo.