sábado, 5 de mayo de 2012

Capítulo 28: Vestidos y champagne


Vestidos y champagne

Dos días después de la boda, con mi madre ya convertida en la nueva señora Morrison y con la noticia de que sería madre en aproximadamente seis meses, volvimos al internado para retomar nuestra rutina.
El siguiente mes y medio pasó como un rayo de luz, rápido y luminoso. Tras varios exámenes, llegó un momento en que el curso ya casi se había acabado. Y como cada curso que se acaba, llegan las tradiciones de final de curso, y con ellas, el tradicional baile de graduación.
Y por eso las chicas y yo nos fuimos de compras para encontrar nuestros vestidos perfectos para el baile:
-          No me gusta ninguno – dijo Charlie mirando un perchero lleno de vestidos de graduación.
-          Charlie, ¿qué les pasa a los vestidos esta vez? – preguntó Nat.
Charlie ya había rechazado cuatro percheros llenos de vestidos preciosos, y ya empezaba a exasperarnos.
-          Son demasiado…
-          ¿Rosas? – aventuré yo.
-          Eso mismo. Son demasiado rosas.
-          Charlie, ¿qué tienes en contra del rosa? – le preguntó Penny.
-          No me gusta el rosa. Es demasiado clasista.
-          ¿Clasista? – preguntamos las tres a la vez.
-          El rosa es clasista, sólo se reserva para las chicas.
-          Char, eso tampoco es tan cierto.
-          Lenny, cuando nace un bebé y es una niña, ¿de qué color es la ropa que le regalan?
-          Rosa – admitimos las tres a la vez con un suspiro de resignación.
-          Pues eso, el rosa no me gusta.
-          Charlie, los otros vestidos no eran rosas.
-          Nat, ya sé que los otros vestidos no eran rosas… El problema es que no quiero comprarme un vestido para la graduación.
-          ¿CÓMO QUE NO QUIERES COMPRARTE UN VESTIDO? – gritó Nat, haciendo que las dependientas de la tienda la mandaran callar. – ¡Eh, que me voy a comprar un vestido, si quiero gritar pues grito!
Las dependientas miraron mal a Nat, que les hizo caso omiso y siguió mirando furibunda a Charlie.
-          Nat, se te está pegando lo del mal humor irlandés de Jerry.
-          ¡No estoy de mal humor! Sólo le grito a Charlie.
-          Nat, parece que has salido de un pueblo perdido en el medio de Irlanda en vez de Washington.
Nat nos miró mal a Penny y a mí, que estallamos en risas.
-          Tienes exactamente cinco segundos para explicarme eso. – le dijo Nat a nuestra amiga pelirroja, intentando ponerse seria.
-          Nat, no quiero comprarme un vestido de graduación… – empezó Charlie.
-          Bueno mujer, pues entonces llevas algunos de los que ya tienes…
-          Nat, no quiero graduarme. – terminó Charlie
-          ¡¿CÓMO QUE NO QUIERES GRADUARTE?! – volvió a gritar Nat.
-          Por favor señorita, si vuelve a gritar le rogamos que abandone la tienda. – le dijo una dependienta a Natalie.
-          ¡Pero me voy a comprar un vestido! ¡No puedes echarme!
-          A la próxima se va usted fuera. – dijo la dependienta volviendo a su lugar habitual.
-          Por dios, esta tía parece prima de Blondie Fox. En fin, ¿por dónde íbamos?
-          Por lo de que Charlie no se quiere graduar. – le informé.
-          Ah, pues eso. A ver Charlotte, ¿por qué motivo no quieres graduarte?
-          Porque si me gradúo, significa que esto se acaba. Y no quiero que esto se acabe – dijo Charlie poniéndose triste.
-          Oh Charlie – le dijo Penny mientras la abrazaba, abrazo al que nos sumamos todas. – No te pongas triste, que vamos a seguir viéndonos.
-          Claro, eso lo decís ahora, pero luego cuando estemos cada una en una universidad distinta…
-          Char, nos vamos a seguir viendo. Por lo menos vamos a estar en el mismo país.
-          Vale, en ese sentido tienes razón.  Pero os voy a echar de menos a todas.
-          ¡Y nosotras a ti bombón de cereza! – le gritó Nat.
-          Señorita, ya la he avisado, le ruego que abandone la tienda.
-          ¡Pero si estoy dispuesta a gastar diez mil pavos en el vestido! – gritó Nat de nuevo, provocando nuestras carcajadas.
-          Por favor, abandone la tienda. – le dijo la dependienta haciendo un gesto hacia la puerta.
Las tres seguimos riéndonos mientras salíamos corriendo de la tienda.
-          Nat, ¿te das cuenta de que esta fue la tercera tienda de la que nos han echado? – le dije intentándola mirar seriamente.
-          Lena, si las dependientas son unas bordes, no es mi culpa. Yo les dije que me iba a gastar diez mil pavos, si no querían ganarlos…
-          En serio Nat, ¿ahora dónde compramos los vestidos? – le preguntó Penny.
-          PennyPen, conozco el sitio ideal. Seguidme – dijo ella guiándonos hasta el parking del centro comercial, donde descansaba su nuevo BMW descapotable blanco, regalo de sus padres por su reciente dieciocho cumpleaños.
Nos instalamos en el descapotable de Nat, que condujo hasta el centro de Denver, donde había una boutique bastante grande, pero vacía en ese momento. Una chica rubia bajita con moño y gafas, muy mona, nos abrió la puerta con una sonrisa enorme. Nat fue a darle dos besos, y nos la presentó:
-          Chicas, os presento a Mary. Es una de mis estilistas, y ésta es su boutique.
-          Bienvenidas. Os estaba esperando. Nat me avisó de que vendríais.
-          Nat, ¿has hecho que nos echen de las tiendas a propósito? – le pregunté, todavía sin poder creérmelo.
-          Lena, tengo demasiado glamour para comprar en un centro comercial. Además, esos vestidos eran horribles. ¿O no? – dijo ella mientras cotilleábamos entre los vestidos.
-          En serio Nat, nunca cambiarás – le dijo Penny miraba de reojo un vestido rojo de volantes.
Tras un rato eligiendo vestidos, seguimos a Mary a la parte posterior de la boutique, casa una cargada con una pila enorme de vestidos, incluida Charlie. La parte posterior era una sala de estilo showroom, con un montón de espejos de cuerpo entero, probadores, una tarima elevada medio metro del suelo, y, para las acompañantes, un cómodo sofá con una mesita de café.
-          Y bien chicas, ¿quién será la primera? – preguntó Mary con una sonrisa.
-          ¡Penny! – dijimos Charlie, Nat y yo al mismo tiempo.
-          De acuerdo, seré la primera víctima – dijo ella con un suspiro de resignación entrando en el probador con el primero de sus vestidos.
-          Y bien chicas, ¿qué deseáis tomar?
-          ¿Tienes champagne? – preguntó Nat.
-          Nat, ¿no crees que es un poco pronto para beber? – le pregunté.
-          Lena, la ceremonia de los vestidos sólo la haremos una vez, así que vamos a tomar champagne. Mary, dile a tu ayudante que traiga una botella de Moët. Bien fría, como me gusta a mí.
La tímida ayudante de Mary desapareció tras una puerta y volvió con una botella de champagne, bombones y cuatro copas, que puso en la mesa y empezó a llenarlas. Y cuando las copas ya estaban llenas, Penny apareció con un vestido dorado.
-          Penny, súbete aquí. – le indicó Mary al tiempo que le ayudaba a subirse a la tarima. Después, se puso a dar vueltas alrededor de ella, mirando con atención cómo le quedaba el vestido. – ¿Cómo te ves?
-          Rara. – contestó ella mirándose al espejo.
-          Penny, no me gusta cómo te queda ese color. – le dijo Charlie.
-          Ni a mí – la secundó Nat.
-          Estás como demasiado exagerada. – completé.
-          Pues todos los vestidos que escogí son de ese estilo. – dijo ella como apenada.
-          Penny, ¿y qué te parece este vestido? – le preguntó Mary acudiendo a su rescate con un vestido rosa claro.
-          ¿No me veré muy rosa? – preguntó ella con algo de desconfianza.
-          Ya verás como te sienta genial. Venga, pruébatelo – la animó Mary.
Penny volvió al probador y salió minutos después con el vestido puesto. Se volvió a subir a la tarima y se miró al espejo con una sonrisa. Luego, se giró hacia nosotras y preguntó:
-          ¿Qué os parece? – preguntó ella.
-          Estás preciosa.
Y era cierto. El vestido, de color rosa palo, era de inspiración griega y romana. El escote era en V, tenía un cinturón en la cintura, donde el vestido quedaba ajustado, y luego caía libre hasta el suelo. Era perfecto para ella.
-          No lo dudes Penny. Te queda genial.
-          Pues me lo llevo – dijo ella con una sonrisa enorme mientras iba al probador a cambiarse.
-          Y bien chicas, ¿quién es la siguiente?
-          Voy yo. – dijo Nat levantándose del sillón y dirigiéndose al probador con un único vestido azul.
Nat salió a los pocos minutos de allí vestida con un vestido azul, un tono entre claro y oscuro, de palabra de honor que se ajustaba en el pecho y luego caía libre hasta el suelo. Se subió a la tarima, se miró al espejo y sonrió.
-          Suena mal que lo diga yo, pero estoy perfecta.
-          Te falta el peinado para estar perfecta – le dijo Mary.
-          Ilumíname con tus ideas, santa Mary.
-          ¿Qué te parece un recogido trenzado? – le sugirió nuestra gurú de la moda particular.
-          Excelente idea. – le contestó Nat.
Nat se dirigió al probador a cambiarse, y yo me levanté del sillón, ya que era mi turno. Ya en el probador, me probé el primero de mis vestidos, ambos de color lila claro. Salí fuera y me subí a la tarima, soportando las miradas de las chicas.
-          ¿Qué os parece? – pregunté con una nota de inseguridad en la voz.
-          ¿Sinceramente? – me respondió Nat.
-          Para eso hemos ido todas a por los vestidos. Necesito vuestra opinión. – les dije.
-          Creo que es demasiado recargado. – admitió Charlie.
-          Demasiado encaje para mi gusto. – añadió Penny.
-          Parece un vestido de novia – dijo Nat por fin.
-          ¿En serio? – pregunté, mirándome con más atención en el espejo.
-          Lo pones en color blanco y es de novia.
Vale, había que admitir que Nat tenía razón. Parecía una adolescente que se casa nada más acabar el instituto. Me bajé de la tarima y volví al probador, donde me quité ese vestido y me puse mi segunda opción. Salí de allí y me volví a subir a la tarima, sin mirarme todavía al espejo. Pero las chicas no me prestaban atención, ya que estaban sirviéndose otra ronda de champagne y comiendo bombones.
-          ¿Qué os parece este? – dije casi gritando para que me hicieron caso.
Las cuatro se giraron a la vez, y me miraron fijamente.
-          Lena, haz el favor de mirarte al espejo. – me dijo Mary.
Lo hice. Realmente, no me esperaba que ese vestido me quedara tan bien. Demasiado bien. Era de color lila claro, largo hasta el suelo, ajustado en la cintura y con caída libre. Sería un vestido que habría pasado inadvertido de no ser por el adorno de la parte superior del vestido. Uno de los tirantes estaba hecho con la tela del traje, y desde el principio de ese tirante salía una tira de piedras en diferentes tonos de lila y morado, que hacía un semicírculo y, al llegar a mi hombro, bajaba por la espalda hasta unirse con el final del otro tirante.
-          Estás, estás… - dijo Penny casi sin palabras.
-          Espectacular – completó Charlie la frase.
-          Lena, si no te pones eso en el baile, te lo pondremos a la fuerza – me amenazó Nat.
-          De acuerdo, de acuerdo. Me lo llevo. – dije mientras volvía al probador para volver a ponerme mi ropa.
Tras vestirme, volví al sillón y me apoderé de la caja de bombones, pese a las protestas de Nat y Penny. Tras esto, Charlie salió del probador con el primero de sus vestidos.
-          ¿En serio te has puesto un vestido amarillo? – le gritó Nat, haciendo que Charlie volviese corriendo al probador.
-          Ese es feo – dictaminó Penny cuando Charlie salió con su segundo vestido, uno color naranja claro.
-          Ese es más feo aún – dije cuando salió con el tercer vestido, de color plateado con muchas lentejuelas.
-          Por dios Charlie, ¿quieres que me de un infarto? Quítate esa cosa negra de encima – le volvió a gritar Nat cuando Charlie salió con un vestido negro horrible.
-          ¡Quítate eso! – le gritamos esta vez las tres cuando Charlie salió con un…  ¿vestido? ¿Podíamos llamar vestido a esa cosa?
-          ¿Sabéis a quién me acaba de recordar? – nos preguntó Nat cuando Charlie volvió al probador.
-          ¿A quién? – le preguntamos Mary, Penny y yo a la vez.
-          A Blondie Fox. Llevó algo parecido en su cumpleaños del año pasado.
-          Es cierto – dijo Penny. – Y bien Charlie, ¿con qué vestido vas a deleitarnos ahora?
La aludida salió con un vestido rojo que no era ni horripilante ni horroroso ni parecía un vestido de fulana. Es más, era un vestido muy bonito.
-          Por favor, absteneros de hacer comentarios groseros esta vez – dijo ella con voz derrotada. – Este me gusta de verdad.
-          Y te queda muy bien – le dije.
-          ¿En serio? – preguntó ella, todavía sin creérselo demasiado.
-          Charlie, este es el primer vestido bonito que te pruebas hoy. – le dijo Penny.
-          Y te va a quedar muy bien – completó Nat.
Realmente, el vestido de Charlie era muy bonito. Rojo, de palabra de honor, largo hasta el suelo. La parte de arriba parecía un corsé al que se le unía una tela vaporosa en un tono de rojo más claro. Era perfecto para ella.
-          ¿Entonces me lo llevo?
-          Charlie, llévatelo. Ninguno te va a quedar tan bien como ese.
Charlie, algo más contenta, volvió al probador para cambiarse, mientras que nosotras seguíamos bebiendo champagne y comiendo bombones. Cuando Charlie salió, fuimos a pagar los vestidos y salimos de la tienda, algo ebrias por haber bebido tanto champagne.
-          Bien chicas, todavía nos quedan unas horas. ¿Qué hacemos? – preguntó Charlie.
-          ¿Podemos volver al internado? – pidió Penny. – Me duelen los pies.
-          Penny, hoy es nuestro día de libertad. Aprovechémoslo. – dije totalmente convencida.
-          Pues vamos a salir por ahí. –dijo Penny olvidándose de su dolor de pies.
-          ¿A quién le apetece seguir tomando champagne?
Las cuatro dejamos las bolsas con los vestidos dentro del maletero de Nat y nos dirigimos a un bar de copas. Pero para nuestra desgracia, a esa hora, la mayoría estaban cerrados a esa hora. Así que, tras media hora de búsqueda, encontramos uno abierto.
El bar, con temática de los años ochenta, estaba lleno de gente, pese a que eran las diez de la noche o así. Tras pedir dos rondas de champagne más, nos pusimos a bailar como locas en el medio de la pista de baile. Cuando estaba sonando algún tema bastante movido, se me acercó un tío de veintitantos años que iba más alcoholizado que yo a esas horas.
-          Eh preciosa, ¿quieres bailar? – me preguntó con un tono de voz que no me gustó para nada.
-          La señorita no quiere bailar – dijo Chris apareciendo de repente.
-          Eso tendrá que decírmelo ella – dijo el veinteañero poniéndose chulo.
-          Ella tiene novio, así que déjala – le dijo Chris mientras me sacaba a rastras del local junto con  el resto de mis amigas.
Ya en el exterior, el aire de la noche me despejó un poco, lo suficiente como para preguntarme qué diablos hacía Chris aquí.
-          Schoomaker, ¿qué haces aquí? – le pregunté.
-          Sacaros de ese bar. Creo que ya habéis tenido fiesta suficiente por hoy.
-          ¿Y cómo nos has encontrado? – le preguntó Nat.
Chris miró hacia el suelo, evitando mirarme.
-          Christopher Arthur – empecé, al mismo tiempo que me entraba el hipo. -  Schoomaker III. – seguí hipando. – Mírame a los ojos cuanto te hablo y no me evites.
-          Te he puesto un GPS en el móvil.
-          ¿Me has puesto un GPS en el móvil? – le grité.
-          ¿En serio le has hecho eso? – preguntaron las chicas, riéndose a carcajadas.
-          Pues a mí no me hace gracia – dije.
-          ¿Y cómo has llegado hasta aquí? – le preguntó Charlie. - ¿Dónde está el resto?
-          Los demás se han quedado en el internado viendo cómo terminaba el partido de baloncesto. Y me ofrecí a venir a buscaros. Y sí, vine en taxi. No me fiaba demasiado de cómo os iba a encontrar.
Llegamos al sitio donde estaba aparcado el descapotable de Nat. Chris se subió al asiento del piloto.
-          Schoomaker, fuera de ahí – le dijo Nat.
-          Natalie, estás borracha. No puedes conducir así.
Nat se sentó en la parte de atrás entre protestas, quedando yo sentada en el asiento delantero, y Penny y Charlie detrás con Nat. Chris arrancó y encendió la radio. Sonaba “Candyman”, de Christina Aguilera, y las cuatro nos pusimos a cantarlo:
-          Tarzan and Jane were swinging on a vine. – empezó a cantar Nat.
-          Candy man! Candy man! – gritamos las tres.
-          Sippin’ from a bottle of vodka double wine. – siguió cantando la rubia.
-          Sweet, sugar, candy man! – cantamos las tres a la vez, haciendo de coro.
Y Chris apagó la radio de repente.
-          ¡Eh, vuelve a poner eso! – le dije.
-          No – dijo él firmemente.
-          ¡Aburrido! – le gritamos las cuatro.
Chris sacudió la cabeza de un lado a otro, como exasperado.
-          No sé como no pude darme cuenta antes. – dijo.
-          ¿Darte cuenta de qué? – le pregunté.
-          Por favor, decidme que la única borracha de este coche es Nat. – dijo Chris.
-          Pues va a ser que no – dijo Charlie estallando en carcajadas.
-          Lena, por favor, dime que tú no lo estás.
-          Sólo un poquito – le dije hipando otra vez, haciendo que las tres volvieran a reírse.
-          Desde luego, no hay quien os aguante así – dijo él volviendo a fijar la vista en la carretera.
-          Venga Chris, ¡anímate hombre! – dijo Charlie sacando de su bolso otra botella de champagne con copas.
-          ¡¿De dónde habéis sacado eso?! – gritó Chris.
-          Lo hemos “tomado prestado” del bar – dijo Nat, provocando nuestras carcajadas de nuevo.
Volví a encender la radio, y volvimos a cantar. Chris siguió conduciendo e intentando ignorar nuestros intentos de seguir bebiendo champagne e imitar a Christina Aguilera.
Al llegar al internado, aparcó en la plaza de aparcamiento que le habían asignado a Nat y se bajó del coche, abriendo el maletero para coger nuestros vestidos.
-          ¿Qué? ¿Vais a quedaros aquí toda la noche? – preguntó cuando ya había terminado.
Las cuatro nos bajamos del descapotable y le seguimos hasta nuestra residencia intentando no hacer ruido. Al llegar a nuestra habitación, descubrimos al resto de los chicos sentados esperándonos.
-          ¿Dónde estabais? – preguntó Kevin.
-          Por ahí – le contestó Penny, haciendo que nos volviéramos a reír las cuatro.
Kev, Jerry y Johnny nos miraron sin comprender nada.
-          Están borrachas – explicó Chris mientras dejaba nuestras bolsas en el suelo.
-          ¿Las cuatro? – preguntó Johnny sorprendido.
-          Las cuatro. – le respondió Chris.
-          ¡Y con ganas de continuar la fiesta! – gritó Charlie, sacando la botella de champagne que habíamos tomado en el coche del bolso.
-          ¿Puedo apuntarme? – preguntó Jerry uniéndose a nuestro grupito.
-          ¡Claro que no! – le gritó Kev.
-          Jerry, por dios, ten un poco de sentido común. Bastante tenemos con cuatro borrachas como para que tú también te pongas así.
-          Oye Johnny, que nosotras no estamos borrachas – le dijo Charlie.
-          Apestáis a alcohol – dijo Chris.
-          A champagne cariño, a champagne – le dije acercándome a él. - ¿No quieres unirte a la fiesta? ¿O prefieres que tengamos una fiesta privada tú y yo solos?
-          Lena, a la cama. – me dijo él mirándome muy seriamente.
Los chicos registraron nuestros bolsos para ver si guardábamos algo de alcohol, y, al no encontrar nada, nos acostaron a cada una en su cama y se fueron. Y yo no tardé ni diez segundos en quedarme dormida.






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