miércoles, 31 de agosto de 2011

Capítulo 11: Vidas anteriores

Siempre había sido una niña buena. Lo juro. Mi comportamiento en St. Jude College siempre había sido ejemplar. Los profesores siempre me ponían de ejemplo, tanto como ejemplo académico como ejemplo de conducta. Siempre recibía felicitaciones por mis calificaciones escolares y por todo mi año. Me habían nombrado capitana de las animadoras (sí, tuve una etapa de animadora) habiendo compañeras que lo hacían mejor que yo, y solo por el hecho de que, según mi ex entrenadora Mara Jones, yo tenía madera de líder.

Por el hecho de ser animadora, el capitán del equipo de fútbol americano se había fijado en mí. Éramos la envidia del colegio. Él me decía que era normal que estuviéramos juntos, siendo los más populares del colegio. El guapo capitán de fútbol con la guapa y perfecta capitana de las animadoras. Terrorífico. Pero, a pesar de lo perfecto de la imagen que él y yo ofrecíamos al mundo, no todo era idílico. Estaba rodeada de un grupo de animadoras que esperaban un signo de debilidad por mi parte para usurpar mi lugar como reina del colegio.

Pese a todo ello, yo era perfecta. Mi vida era perfecta. Era la hija que todos los padres querrían tener. Mis padres estaban orgullosos de mí, era todo un ejemplo para la gente joven de Nueva York. ¿Dónde podía encontrarse uno con una adolescente millonaria que disfrutaba ejerciendo el altruismo?

Pero todo eso era una parte de mi vida que quería olvidar. El divorcio de mis padres lo había estropeado todo. De la noche a la mañana, había pasado de ser la niña perfecta a la basura del colegio, literalmente. Mi novio me había dejado por la que decía ser mi mejor amiga, Lea Kingston, y ella me había expulsado del trono.

El hecho de venir al internado había hecho que algo cambiara. Yo ya no quería ser la persona perfecta que era antes. Disfrutaba demasiado siendo imperfecta como para renunciar a ello. Había cambiado. Y todo por culpa de Christopher Schoomaker. Él era la única persona que no se había rendido a mis pies cuando llegué. No me consideraba como una especie de persona a la que idolatrar, y eso había provocado que yo cambiara. ¿Desde cuándo yo iniciaba peleas de comida? ¿Desde cuándo estaba con un chico y al mismo tiempo coqueteaba con otro?

La nueva clase de persona que era me extrañaba, pero al mismo tiempo me gustaba. Ya no buscaba la aprobación de todo el mundo, sino que andaba un paso por delante de todo el mundo. No sabía si eso era un cambio para mejor, pero disfrutaba con ello. Ahora era yo la que fijaba las reglas, la que marcaba terreno. Pero, al mismo tiempo, sabía que algo de mi anterior personalidad todavía residía en mí.

Y por todos mis cambios interiores, había hecho lo que había hecho. Provocar una pelea de chicos por mí. Y por eso, Abraham Rumsfeld, el director del internado, había convocado una junta de padres para intentar controlar el tema de las peleas. Y por ese motivo, estaba en el hall del edificio principal, dos días por la tarde después de la pelea, esperando a que llegara mi madre.

Y al fin, después de unos minutos de espera, llegó. La última imagen que tenía de mi madre era la de una mujer que acababa de divorciarse, con tristeza reflejada en su rostro. Pero ahora, la encontraba irreconocible.

Mi madre, por extraño que pareciera, sonreía de nuevo. Ya no tenía la apariencia de una mujer triste. Se notaba que había vuelto a ir a la peluquería a cuidar de su largo y lustroso pelo negro (que yo había heredado), se había comprado ropa nueva (de la colección otoño-invierno de Ralph Lauren), y, lo más importante, había conseguido un trabajo en una galería de arte de Los Ángeles. Y había vuelto a pintar.

La vi sonreír un montón mientras se acercaba a mí y me daba un abrazo que casi me dejaba sin respiración. Mientras la abrazaba, la olí disimuladamente. Aún seguía usando ese perfume de canela y manzana que tantos recuerdos me traía.

- Estás preciosa mamá.

- Tu también cariño. Incluso de uniforme – me dijo, guiñándome un ojo. – Y no entiendo por qué te quejas de este lugar diciendo que es horrible.

- Es horrible. Los internados siempre son horribles.

- A mí me parece encantador, pero creo que hay que vivir aquí para comprobarlo. ¿Comes bien?

- Claro que sí mamá. Pero ya sabes que yo no engordo.

- Lo sé cariño. ¿Y qué tal con los exámenes?

- Por ahora bien, sigo mi ritmo.

- ¿Y de chicos qué?

- ¡Mamá! Eres una auténtica cotilla.

- Yo a tu edad ya tenía novio. Lo normal es que lo tengas.

- Creo que este mes he tenido suficiente de chicos. Y espero que no estés enfadada conmigo. No quería decepcionarte mientras estuviera aquí.

- No lo has hecho cariño. A veces, las cosas pasan sin que podamos controlarlo. Y yo sé que tú has hecho lo que ha podido para evitarlo.

Definitivamente, Lily Westwood había vuelto. Sonreí casi sin darme cuenta. En ese momento, vi que Johnny se acercaba hacia nosotras arrastrando de un hombre que me sonaba de algo, pero no sabía identificar de qué. Cuando llegaron a nuestro lado, Johnny empezó con las presentaciones.

- Señora Westwood, es un placer conocerla.

- ¿Cómo sabes quién soy?

- Su parecido con Lena es asombroso. Yo no puedo decir lo mismo de mi padre.

- Bromas aparte John. Tú eres igual a tu madre.

- Bueno papá, estas dos señoritas son Lena Williams, y su madre…

En ese momento, el padre de Johnny se quedó paralizado al fijarse bien en mi querida y guapa madre, e interrumpió a Johnny.

- Tú eres Lily Westwood.

- Y tú eres Joe Morrison. Joe, hacía más de 20 años que no te veía.

- Lo mismo digo Lily. Sigues tan guapa como siempre.

Mientras mi madre se sonrojaba un poco, yo hablé.

- Un momento, ¿vosotros os conocéis?

- Cariño, Joe y yo fuimos juntos al instituto. La última vez que lo vi fue en su graduación.

- Lily y yo nos llevamos como unos dos años. Cuando yo me gradué, ella aún seguía en el instituto. Yo estaba en Stanford cuando ella se graduó. Luego conocí a Caroline Black, la madre de John.

- Después de graduarme, fui a Berkeley, y al graduarme en Bellas Artes, me marché a Nueva York, y conocí a Albert Williams, el padre de Lena.

- Pienso que deberíais cenar juntos para poneros al día. – añadí.

- ¡Lena!

- Lily, no le regañes. Creo que es una excelente idea. Conozco un sitio en Denver que es perfecto.

- Entonces, todo arreglado. Saldremos a cenar cuando termine la reunión.

Mientras que mi madre y Joe Morrison seguían con su parloteo, vi a la persona a la que menos quería ver en ese momento.

Mi padre seguía como siempre. Su porte poderoso, su mirada orgullosa, su pelo castaño poblado de canas estaba peinado hacia atrás, su piel clara y sus ojos verdes (rasgos que había heredado de él, junto a su cabezonería)… Pese a tener 59 años, mi padre seguía siendo atractivo.

- Lilian. Un placer verte. – dijo él sonando amistoso por primera vez en muchos meses y estrechándole la mano a mi madre.

- Lo mismo digo Albert. – respondió ella intentando sonar cordial. – Creo que no conoces a Joseph Morrison.

- Es imposible no conocerlo. Coincidimos en algunas fiestas. Y me alegro de verte, Joe.

- Lo mismo digo – dijo él estrechándole la mano a mi padre. – Y ahora, si me disculpas, voy a saludar a Abraham Rumsfeld.

Al quedarnos mis padres y yo solos, se produjo un silencio incómodo, que rompí yo.

- Papá, ¿qué haces aquí?

- Aunque no quieras, sigo siendo tu padre. Y tu madre me avisó de esto.

- No hacía falta que vinieras.

- Creo que es necesario venir aquí si mi hija se mete en peleas. ¿Por qué ese cambio, Lena?

- No me meto en peleas. Solo separé a los que se peleaban.

- Por ti, según me ha contado el director por teléfono.

- No te metas, papá. Ahora tienes a alguien de quien ocuparte. Y, por cierto, ¿dónde has dejado a mi madrastra?

- Lena, no seas desagradable con tu padre. Creí conveniente que tú y tu padre hablarais. Si yo lo trato con corrección, lo menos que puedes hacer es intentarlo.

En ese momento, antes de que respondiera a mi madre, apareció Abraham Rumsfeld por un lado del hall, reclamando nuestra atención. Todos los padres allí presentes le siguieron, incluyendo a los alumnos que estábamos allí, le seguimos hasta el quinto edificio, que era donde estaba el teatro/auditorio/salón de actos.

Al llegar allí, padres y alumnos nos acomodamos en las primeras filas. Yo me senté entre mis padres, mientras que Joe Morrison se sentaba junto a mi madre, con Johnny a su lado. En el escenario habían colocado un estrado, donde estaban sentadas la profesora Linton y una mujer de pelo negro que recordaba de la foto del despacho de Abraham Rumsfeld. El director Rumsfeld se sentó en medio de las dos mujeres y comenzó a hablar.

- En primer lugar, buenas tardes a todos los aquí presentes y bienvenidos al internado. Yo soy Abraham Rumsfeld, director de esta institución. A mi derecha está la subdirectora y profesora de literatura, Margaret Linton. Y a mi izquierda, la psicóloga y directora del departamento de orientación, Alice Rumsfeld.

Así que la mujer morena era la madre de Kevin. Vale, sí que se le parecía, sobre todo por el pelo, la forma de la cara, y la manera de comportarse. Tenían la misma manera de sentarse, y la misma expresión de intentar aparentar seriedad.

- Como sabréis, os he convocado aquí para hablar de la violencia en el internado. Esta situación es intolerable, así que os hemos reunido a todos para intentar buscar una solución a este problema.

Y de repente, se oyó en toda la sala la voz de pito de una niña de doce años rubia con un extraordinario parecido a Jerry.

- A ver señores. El único problema aquí es Jerry. Yo voto por meterlo en una caja y enviarlo en una caja a Irlanda. ¿Quién está conmigo?

- Rosie, haz el favor y compórtate. El próximo septiembre serás una alumna de aquí, y como no te comportes, no te van a admitir aquí – señaló una señora rubia que al parecer era la madre de los dos retoños MacKenzie.

- Pero mamá, meter a Jerry en una caja y enviarlo a Irlanda era uno de mis planes para dominar el mundo.

No pude evitar una sonora carcajada, al mismo tiempo que lo hacía el resto de la sala menos Jerry, que miraba con cara de asesino a su hermana.

- Veréis, si mando a Jerry a Irlanda me quedaré su coche, iré a denunciar a Google, me haré con él, y después de todo esto, dominaré el mundo – añadió triunfalmente Rosie MacKenzie con una risa de mala de película.

- ¡Rosie! ¡Nos volvemos para casa ya! – le recriminó su madre.

- ¡Que no Rose! ¡Que tenemos que quedarnos al buffet! – gritó Gerald MacKenzie, haciendo que me riera aún más.

- ¡Así se habla papi! – gritó Rosie.

- ¡Ahora sí que nos vamos! ¡Es que ya está bien, no puedo sacarte de la mansión sin que montes un espectáculo donde quiera que vayamos!

- Si yo lo único que quiero es mandar al irlandés este de vuelta a su país…

Después, mientras la pequeña de los MacKenzie era arrastrada por su madre hacia la salida, le gritó a Jerry:

- ¡Inmigrante, que eres un inmigrante!

Dicho esto, salió de la sala. Cuando todo parecía volver a la normalidad, la puerta volvió a abrirse, y la cabeza rubia de Rosie se asomó para gritar:

- ¡Jerry! ¡Te quiero mucho! ¡No tengas pesadillas con las banshees!

- ¡Rosie, no juegues con las banshees, pueden atacarte en cualquier momento!

- ¡Madura Gerald, que tienes 17 años!

Y por fin Rosie se fue, para pena de todos los presentes. El director carraspeó para evitar la risa y continuó como si la divertida escena que acabábamos de ver no hubiera pasado.

- Bueno, aparte de querer enviar al señor MacKenzie de vuelta a su patria, cosa que apoyo totalmente…

- ¿Por qué todo el mundo quiere enviarme a Irlanda? Odio a la pequeña demonio.

- Jerry, no hables así de tu hermana.

- ¿Y ella qué?

- Por favor, sigamos con la reunión, o tendré que decirle a alguien que abandone la sala. Y sí Jerry, estoy hablando de ti. ¿Cómo puede hablar así de una niña tan encantadora? Será un gran avance para el internado.

Jerry no daba crédito a lo que escuchaba. Pero la señora Rumsfeld eligió ese momento para hablar:

- Cariño, no te apartes del tema, que a este paso aún seguimos aquí mañana.

- Vale, vale, continuo. ¿Alguna sugerencia?

- ¿Por qué no expulsar al señor Schoomaker? – sugirió la señora White.

- ¿Y por qué no a tu hijo? – le recriminó una señora rubia de la segunda fila que estaba sentada al lado de Schoomaker.

- Sin peleas por favor. Vamos a deliberar esto.

Y Rosie volvió a entrar en la sala, seguida de su madre.

- ¡Al que deben expulsar es a Mark White!

- Rosie, a ti nadie te ha dado vela en este entierro. – le gritó su madre.

- ¡Pues me la doy a mí misma! Señor Rumsfeld, no puede expulsar a Chris.

- ¿Y eso por qué, señorita MacKenzie?

- A ver, razonemos. Si Chris se queda, cuando salga de aquí, donará bastante dinero al internado, mientras que este palurdo de Minnesota no dará ni un centavo. Y además, el apellido Schoomaker da mucho más prestigio que White. Y reconozcámoslo, Chris es mucho más mono que White, aunque Johnny sigue siendo mi amor platónico. – Johnny puso cara de exasperación, mientras que yo me seguía riendo. – Pero tranquila Charlie, no molestaré a tu nombre.

- Señorita MacKenzie, ¿es usted superdotada? – preguntó el director.

- En realidad soy un genio. Bueno, un genio no, me faltaba un punto en el examen del CI para serlo, pero fue porque me estaba comiendo una piruleta y se me manchó el examen, y por eso no puse responder a la última pregunta. Era tan fácil que hasta Jerry podía responderla.

- ¡Oye! ¡Que no te he hecho nada esta vez! – le gritó Jerry.

- ¡Antes me llamaste niña del demonio!

- ¿Cómo sabes eso? – preguntó él desconcertado.

- Estaba escuchando detrás de la puerta idiota – añadió ella como algo obvio.

- ¿Pero qué he hecho yo para merecer esto? – se lamentó Jerry.

- ¡Ser irlandés! – le gritó Rosie – Bueno, volviendo al tema de la reunión, ¿quién está a favor de expulsar a Mark White?

Todo el mundo en la sala levantó la mano, incluso la profesora Linton y Alice Rumsfeld, con la excepción de Mark White y su madre, Agnes White.

- Señorita MacKenzie, ese método no sirve.

- ¿Por qué no? Si todo el mundo está de acuerdo… – lloriqueó Rosie.

- Resolvamos esto como personas civilizadas. Será expulsado quién empezó la pelea sin provocación. Y esa persona fue Mark White, así que señor White, haga las maletas, porque está oficialmente expulsado de este internado.

- ¡Eso no es justo! ¡Que expulsen a Lena Williams también! – gritó White.

- Como vuelvas a decirle algo a Lena, te parto la cara. – le amenazó Schoomaker.

- ¡Christopher, ese vocabulario! Puedes defender a tu novia con otras palabras. – le recriminó su madre.

- ¡Que no somos novios! – gritamos Schoomaker y yo a la vez.

- Uy uy, pues aquí hay amor… - añadió Rosie.

Los dos la miramos mal.

- No me intimida que me miréis así, estoy acostumbrada a Jerry. – dijo dándose la vuelta y dándonos la espalda completamente.

Mark White abandonó la sala con su madre, al mismo tiempo que Alice Rumsfeld hablaba.

- Pese a la expulsión de Mark, el resto no quedáis libres de castigo. Así que he decidido que el señor Schoomaker y la señorita Williams asistirán a terapia de pareja.

- ¡Que no somos novios! – gritamos Schoomaker y yo por segunda vez.

- ¿Veis como lo piensa todo el mundo? Yo no soy la única. – añadió con chulería Rosie.

- Y el resto de afectados, tendrán que ir al aula de castigo durante toda esta semana.

- ¿Eso es todo? ¿No vais a mandar a Jerry a Irlanda? Y yo que me había hecho ilusiones…

- Y creo que ya hemos terminado con la reunión, se levanta la sesión, así que ya podéis tomar unos aperitivos por cortesía del internado.

- ¡Por fin, comida!

Todo el mundo se levantó de sus asientos y se dirigió a una de las salas adyacentes al auditorio, en la que había un par de mesas con montón de aperitivos y un surtido de bebidas.

Pronto, todo el mundo se cogió una bebida y se puso a charlar con la gente que tenía al lado. Noté como se me acercaba alguien por detrás, y me giré sabiendo de antemano quién era.

- Lena, hay alguien que quiere conocerte. – me dijo Schoomaker con una sonrisa.

Y una figura rubia que había permanecido en segundo plano hasta ese momento apareció.

- Soy Beth Schoomaker, la madre de Christopher. Y está claro que tu eres Helena Williams, eres tal y como te había descrito Chris. ¿Sabes que me habla mucho de ti?

- Espero que bien – añadí sonriendo.

La verdad era que Beth Schoomaker impresionaba. Sus rasgos me recordaban mucho a los de Schoomaker: los ojos claros, el mentón, el tono rubio del pelo… Además de que ambos eran encantadores. Beth era una mujer guapa a la par que elegante, y cuando caminaba, transmitía una sensación inmensa de seguridad en sí misma.

- En serio Lena, ¿no te importa que te llame Lena, verdad? Tenía muchas ganas de conocerte.

- Y yo a ti. Lo que pasa es que Christopher no me ha hablado nada de ti.

- Mi hijo es demasiado tímido.

- ¡Mamá!

- Pero si es la verdad cariño. Y no niegues que cada vez que hablamos por teléfono, no paras de hablar de Lena Williams. Que si Lena hizo esto, que si Lena hizo aquello… En fin, creo que ya he avergonzado bastante a mi hijo por hoy, así que buscaré a alguien con quien hablar.

- Elizabeth, ¿conoces a mi madre? Es Lilian Westwood. Te la presentaré ahora mismo.

Al mismo tiempo que hablaba con Beth, divisé a mi madre en una de las mesas eligiendo un aperitivo.

- Mamá, esta es Beth Schoomaker, os dejo solas para que os hagáis amigas y habléis de las cosas de las que hablan todas las madres.

Y salí de allí, dejando a las dos nuevas amigas cotilleando. Y mientras tanto, saqué a Schoomaker de allí, pero de camino a la salida, mi padre nos paró.

- Supongo que este es el famoso chico por el que ahora estás castigada.

- Christopher Schoomaker. Un placer señor Williams. – dijo Schoomaker tendiéndole una mano, que mi padre estrechó.

- Y bien muchacho, ¿Qué intenciones tienes para con mi hija?

- ¡Papá! ¡No te metas!

- ¿Es tu novio, Helena?

- No somos novios ni hay nada entre nosotros.

- Es verdad señor Williams. Si quisiera tener algo con su hija, se lo diría de inmediato.

- Está bien, está bien, os creo. Ahora podéis iros.

Haciendo caso a las palabras de mi padre, tiré de Chris para poder salir de allí. Salimos del edificio y empezamos a caminar por los jardines.

- No te he dado las gracias por haberme defendido en la reunión.

- No ha sido nada. Tenía que defender a mi chica.

- ¿Mi chica?

- ¿Acaso no lo eres?

- Ya hemos hablado de eso. Hasta que no encuentres las mil razones…

- ¿Iba en serio?

- Claro que sí. Yo siempre hablo en serio.

- Pensé que lo decías de broma. Pero ya veo que es cierto. – dijo, mientras ponía su brazo alrededor de mi cintura.

- ¿No te crees capaz? – le pregunté al mismo tiempo que yo ponía mis brazos alrededor de su cuello.

- Soy Christopher Schoomaker. Soy perfectamente capaz. Y la recompensa merece todo el esfuerzo.

Sonreí por sus palabras.

- Lena, ¿qué tal un pequeño adelanto?

- No.

- ¿Por qué no? ¿No te acabo de decir que voy a luchar por ti?

- Acabas de estropear un momento romántico perfecto.

- En serio Lena, eres increíble. Pero, si no te importa, voy a besarte ahora mismo, con o sin tu permiso.

Y lo hizo. Vaya si lo hizo. Me encantaba esa faceta de Christopher. Cuando lo conocí, no me imaginaba que alguien tan orgulloso pudiera ser así, pero estaba totalmente equivocada. Por lo menos iba a luchar por mí, y eso era una certeza genial. Y mientras tenía estos pensamientos, sincronicé mis labios con los suyos, como si nuestros labios hubieran sido creados para estar pegados.

viernes, 26 de agosto de 2011

Capítulo 10: La fiesta de Halloween

Desde nuestro encuentro en el ascensor, Schoomaker y yo no habíamos vuelto a hablar de lo que había entre nosotros. Sí que hablábamos, pero sólo si estábamos con el resto de la pandilla; a solas, nunca.

Para mí, el tiempo transcurrido entre nuestra conversación en el ascensor y Halloween se pasó volando entre los preparativos con los disfraces que llevaríamos al tradicional baile que se celebraba todos los años en el colegio.

Las chicas y yo, al no estar de acuerdo en disfraces tradicionales, habíamos optado por disfrazarnos de actores y actrices en las películas. Y eso lo demostramos ese día cuando nos estábamos arreglando para ir al baile.

- Lena, ¿puedes pasarme la laca, por favor?

- Nat, tanta laca te va a afectar al cerebro.

- Lena, el disfraz de Marilyn Monroe requiere mucha preparación.

Y vaya si la requería. Nat llevaba un vestido blanco vaporoso que le llegaba hasta el muslo, junto con tacones blancos. Se había peinado su largo cabello rubio con ondas y se había maquillado como Marilyn. Era la viva imagen de ella en la película “Los caballeros las prefieren rubias”.

- Como tú digas Monroe.

- Chicas, ¿habéis visto mi colgante? – preguntó Charlie.

- No, pero deben de estar con los Loubotin de Penny.

Charlie era la nueva Rose Dewitt Bukater, de la película “Titanic”. Estaba vestida como en la escena en la que Jack besaba a Rose en la popa del barco con la canción “My heart will go on” de fondo. Llevaba una blusa blanca con una falda larga en color azul oscuro, con una chaqueta azul con bordados dorados y una especie de chal crema. Y por supuesto, “El corazón de la mar”, ese colgante del diamante azul, solo que en este caso se trataba de un diamante falso.

Penny había optado por disfrazarse de Angelina Jolie en “Mr & Mrs Smith”. Llevaba un vestido largo hasta los pies en color negro, con tirantes finos del mismo color, sus pies calzaban los típicos Loubotin, stilettos negros con suela roja y se había maquillado como Angelina.

Y yo, por último, había optado por disfrazarme como mi ídolo, la famosa Audrey Hepburn. Había elegido un clásico suyo para inspirarme en mi disfraz, y el elegido había sido “Desayuno con diamantes”. Llevaba un vestido de seda negro, recto y largo hasta casi llegar al suelo. Me había alisado completamente el pelo y recogido en un moño alto, adornado con un broche de diamantes falsos. Y, como complementos, llevaba unos guantes de seda negros y un gran collar de perlas falsas con un diamante también falso.

Mientras me retocaba el rímel, llamaron a la puerta de la habitación. Charlie corrió a abrir, sabiendo de antemano quien estaba detrás de la puerta, y abrazándole tras abrir.

- Buenas noches chicas. Estáis preciosas, pero ninguna supera a mi Charlie. – añadió con una sonrisa orgullosa.

Johnny llevaba una camisa blanca desgastada, junto con una chaqueta de pana marrón y pantalón a juego, y su pelo castaño se lo había peinado hacia atrás con gomina, dándole un gran parecido a Jack Dawson, el protagonista masculino de “Titanic”.

Antes de que Johnny y Charlie comenzaran con otra sesión de cursilerías, Nat los cogió a cada uno del brazo, saliendo con ellos de la habitación:

- Venga, vámonos ya, que llegaremos tarde a la fiesta.

- ¿Y los demás? – pregunté.

- El resto nos esperan en la fiesta, así que vámonos. – añadió Johnny tirando de nosotras para que saliéramos de una vez de la habitación.

Fuimos hasta el edificio principal planeando las diferentes cosas que haríamos en la fiesta, como robar caramelos (idea de Nat), llenar de pasta de dientes la habitación de los chicos (algo asqueroso en lo que estaba en desacuerdo) y gastar bromas telefónicas pasadas las 5 de la mañana (cosa que me divertía bastante y estaba dispuesta a hacer).

Sin darme casi cuenta, llegamos al edificio principal y cruzamos las puertas del salón de baile. Vale, tenía que decir que lo habían decorado genial. Miles de telarañas falsas colgaban del techo, al igual que serpentinas naranjas y negras. Las ventanas estaban cubiertas por largos cortinones con aspecto tétrico.

Había un par de ataúdes falsos apoyados en algunas paredes, las grandes lámparas centrales estaban llenas de velas, y en cada rincón libre que no estuviera ocupado por calabazas con las caras más espeluznantes que había visto nunca, había mesas llenas de aperitivos y bebidas.

En el fondo de la sala, donde estaba el escenario, había un grupo de música que no me sonaba con disfraces de zombies y brujas, que tocaban en ese momento la canción “All you zombies”, de The Hooters.

La iluminación, ya de por si algo escasa por culpa de los focos de colores y las sombras, me dificultaba encontrar al resto del grupo. Por suerte, ellos estaban cerca de la puerta, esperándonos.

- Buenas noches señoritas, ¿os lo estáis pasando bien? – dijo Kevin, apareciendo con dos copas como de Martini.

- Más que bien ahora que hemos llegado. – respondió Penny, situándose al lado de Kevin.

- Bonito disfraz Kev. – le dije.

Evidentemente, Kevin estaba muy guapo por su disfraz. Haciendo pareja con Penny, se había puesto un traje negro, corbata, y llevaba una pistola de mentira en el cinturón. Estaba perfecto como Brad Pitt en “Sr. Y Sra Smith”.

Pero no podía decirse lo mismo de Jerry. Pude ver la cara de cabreo de Nat sin casi girar la cara, y todo debido al irlandés de siempre. Jerry, siguiendo su práctica habitual de llevar la contraria a todo el mundo, estaba vestido como una de sus criaturas mitológicas favoritas irlandesas, provocando la ira de Nat. De todas maneras, no podía negarse que estaba muy gracioso con el disfraz de leprechoun.

- Gerald, explícame por qué se te ha ocurrido la idea de ponerte un disfraz tan horrible en vez de disfrazarte de estrella de Hollywood y no hacerle caso a mi brillante idea.

Vale, la idea de Nat había sido fantástica, ya que nuestros disfraces tan originales se habían impuesto a los tradicionales de brujas, vampiros y zombies.

- Nat, me conoces desde hace demasiados años. Sabes que nunca me habría disfrazado de Gary Cooper. Además, reconoce que este disfraz mola más.

Y de fondo se oyeron los típicos comentarios de la gente, que alababan el disfraz de Jerry, para mayor fastidio de Nat. Antes de que comenzara una discusión, Kevin se puso en el medio de los dos para pacificar las cosas.

- Venga chicos, los dos estáis guapísimos. Vamos a bailar un rato.

Me dispuse a caminar hacia el centro de la pista, pero alguien me cogió de la mano por detrás, impidiéndome avanzar. Me giró como una bailarina y me dio la vuelta delicadamente, poniéndome enfrente de él.

- Estás preciosa Audrey.

Vale, Schoomaker estaba guapísimo. No sé como lo había averiguado, pero él se había disfrazado como Paul Varjak, el escritor amigo de Holly Golightly en una de mis películas favoritas, en “Desayuno con diamantes”. Estaba vestido como en una de las primeras escenas de la película: camisa blanca, corbata negra, chaleco de punto beis y chaqueta de traje gris de lana, a juego con los pantalones. Se había peinado con raya al lado y gomina. Estaba realmente sexy.

- ¿Cómo lo has sabido? – pregunté yo, todavía desconcertada.

- ¿Esto? Tengo mis fuentes.

- Eres increíble – le dije antes de intentar largarme de allí, ya que Schoomaker me lo impidió sacándome del baile y llevándome a las escaleras del vestíbulo.

- ¿Por qué soy increíble? No te comprendo.

- La que no te comprende a ti soy yo. ¿No se supone que pasabas de mí?

- ¿Cuándo dije que pasaba de ti?

- ¿Acaso no dijimos que era mejor olvidar lo del beso?

- Yo no pensaba eso.

- Pero lo dijiste. Y no entiendo tu comportamiento.

- ¿Perdón?

- Schoomaker, eres demasiado complicado para mí. Primero me odias, luego me besas, luego pasas de mi, luego me vuelves a besar, acordamos olvidar lo del beso, y ahora de repente te vuelvo a interesar.

- ¿Por qué intentas buscarle una explicación a todo?

- Necesito una explicación para todo. Tú rompes mis esquemas. Por eso no sales de mi cabeza. Y por eso intento olvidarte.

- ¿Por qué quieres intentar olvidarme?

- No eres lo que quiero para mí.

- ¿Y eso por qué? ¿No te gusto?

- Me gustas, pero yo no busco lo mismo que tú buscas.

- ¿Quién dice que buscamos cosas diferentes?

- Tu comportamiento. Eres demasiado rompecorazones como para que me enamore de ti. Quieres a una chica diferente cada día. Y yo necesito algo más que un rollo de una noche.

- ¿No te das cuenta de que eres demasiado joven como para comprometerte con alguien y no dejarlo en tu vida?

- Lo sé. Pero si no pruebo a estar con esa persona un tiempo, no sabré si quiero pasar el resto de mi vida con él.

- ¿Y por qué no puedes intentarlo conmigo?

- Créeme, no lo intentaría contigo aunque tuviera mil razones para hacerlo.

- Así que mil razones…

- Schoomaker, era una manera de hablar.

- ¿A que encuentro mil razones para que estés conmigo?

- Si las encuentras, cosa que dudo, saldré contigo.

- Trato hecho. – dijo estrechando nuestras manos.

Tras una breve pausa, Schoomaker me guió de nuevo a la sala, donde me llevó al medio de la pista de baile. Sonaba “Only girl”, de Rihanna, canción que me hacía perder la cabeza completamente. La mezcla de bailar con Schoomaker y esa canción había hecho que me olvidara del idiota de White completamente, desterrándolo de mi mente a él y a sus manías y estupideces.

Con lo que no podía contar, en ese momento, era que White aparecería para interrumpir mi baile con Schoomaker.

- Lena, ¿qué haces con él?

Antes de que me dignara a contestarle, Schoomaker habló.

- Creo que es evidente White. ¿O tu limitada mente no lo comprende?

- Schoomaker, esto es entre mi novia y yo.

- ¿De verdad te consideras su novio? Lena aspira a algo más.

- Vete Schoomaker. No te lo repito más.

- ¿O qué? ¿Vas a pegarme?

- Soy un caballero, a diferencia de ti.

- Tú lo que eres es un cobarde.

Con lo que Schoomaker no contaba en ese momento era con que Mark White, utilizando el poco valor que poseía, se atreviera a pegarle un puñetazo en pleno rostro.

Y, como no, empezaron a pelearse. Schoomaker le pegó un puñetazo en el estómago, y Mark se encogió sobre sí mismo unos segundos, antes de responderle con otro golpe. Vi de refilón a Johnny, que se metía en el medio para intentar separarlos, pero recibió un puñetazo de White que iba dirigido a Chris. Johnny le pegó un puñetazo en la nariz, el amigo de White le pegó a Schoomaker, y entonces fue cuando Charlie y yo nos metimos en medio para intentar separar a los cuatro chicos, con la ayuda de Jerry y Kevin.

La profesora Linton, como siempre que ocurría algo, hizo su aparición junto con un hombre altísimo, de pelo castaño oscuro con melena corta y descuidada, disfrazado de pirata, con aro de oro incluido. No habría adivinado quién era de no ser porque tenía los mismos ojos verdeazulados de Kevin.

- Pero, ¡¿a ustedes les parece normal pelearse en el medio de un baile?! ¡¿No están siendo educados para ser unos auténticos caballeros?!

- Margaret, de esto de encargo yo. Por favor, acompañadme a mi despacho. Todos.

Las palabras con las que habló Abraham Rumsfeld fueron serias, y su tono no admitía ninguna réplica. Como corderos siguiendo a un pastor, Schoomaker, Kevin, Johnny, Jerry, Mark, el amigo idiota de Mark, Charlie y yo seguimos al director a su despacho, que estaba en el segundo piso del edificio principal, no demasiado lejos de la biblioteca, donde, por la cercanía de exámenes y acumulación de trabajo, estaba pasando demasiadas horas últimamente.

El despacho, decorado en tonos grises, daba un aspecto de despacho de ejecutivo. Una gran mesa de madera oscura, un sillón de ejecutivo, láminas de paisajes de diversos lugares del mundo, libros y más libros, y, en un rincón de la mesa, una foto de un Kevin de 6 años junto con una mujer morena que supuse que sería su madre. El señor Rumsfeld se sentó en su sillón, dejando las sillas que quedaban enfrente de su mesa para Charlie y para mí, y dejando al resto del grupo de pie. Vale, la imagen que dábamos no era la de la seriedad personificada. Sobre todo por nuestros disfraces.

- Bien, ¿alguien puede explicarme quién empezó?

- Fui yo, señor. – admitió White bajando la mirada.

- ¿Se dedica al boxeo en su tiempo libre, señor White?

- No señor, pero Schoomaker me provocó.

- ¿Es eso cierto, señor Schoomaker?

- Si provocar significa bailar con la señorita Williams…

La cara que puso Abraham Rumsfeld en ese momento fue épica.

- ¿Me está diciendo, señor Schoomaker, que todo esto lo provocó la señorita Williams?

- Pues sí – contestaron White y Schoomaker a la vez.

- Ahora resulta que yo soy la provocadora. – bufé, provocando una risilla del director.

- Pongámonos serios. Resulta que la señorita Williams, además de provocar peleas de comida… – comenzó el director.

- Eso fue Schoomaker – dije yo, interrumpiéndole.

- Quien fuera. Lo importante es el hecho. Pero en este caso, importa quién empezó.

- Señor Rumsfeld, Schoomaker y yo estábamos bailando…

- Eso quedó claro, Lena.

- Kevin, si tu padre no estuviera delante en estos momentos, te habría dado una bofetada.

- Por mí puedes hacerlo – añadió el director. – En esta ocasión se la merece.

Haciendo caso al señor Rumsfeld, le di una colleja a Kevin, que se quedó frotando su nuca y mirándome mal.

- Continuo. Pues, mientras bailábamos, Mark se nos acercó, y le dijo a Christopher que se fuera, y como él no lo hizo, Mark le pegó. Se empezaron a pelear, John se metió en medio para separarlos, Mark le dio, se metió en la pelea…

- Tom, me llamo Tom.

- Pues Tom le pegó a Christopher, y Charlotte, Kevin y yo nos metimos en medio para separar a los cuatro.

- Bien, ¿alguien más tiene algo que añadir?

Callamos todos en señal de que no.

- Bien, lo primero que voy a hacer es convocar una reunión con vuestros padres…

- ¿Con todos? – preguntó Charlie.

- Con todos. Y lo segundo, cada uno recibirá su castigo, excepto los que no han estado pegándose como animales.

- Eso no es justo – replicó White.

- Cállate idiota. – le grité, ganándome un silbido de admiración por parte de Schoomaker.

- Y ahora podéis iros. Os recomiendo no volver a la fiesta, no vaya a ser que lo de las peleas en las fiestas empiece a ser algo habitual. Buenas noches.

Salimos del despacho del señor Rumsfeld y cada uno se fue en una dirección, hasta que nos quedamos solos Mark y yo.

- Podrías haberme defendido. Al fin y al cabo, soy tu novio.

- Creo que lo de ex novio te queda mejor.

- ¿Me estás dejando?

En serio, ¿podía alguien ser más idiota que él?

- Por si no te había quedado claro ahí dentro, sí, te estoy dejando, porque eres un estúpido y un celoso, y ya estaba harta de ti.

- ¿Es por Schoomaker?

- ¡Claro que no! Es por ti. En serio, tarde o temprano esto habría acabado.

- Siento que esto haya acabado así. – dijo él, largándose de la puerta del despacho.

Y me quedé sola allí, por lo que caminé en dirección a la biblioteca, el camino contrario al de Mark, porque allí iba a estar tranquila, cosa que realmente necesitaba.

La biblioteca, oscura y silenciosa, me pareció en ese momento el lugar más tranquilo del mundo. Caminé a tientas, iluminada sólo por la luz de las estrellas que entraba por los ventanales. Sin saber muy bien hacia donde iba, acabé subiendo al segundo piso, a la zona más deshabitada de allí.

Me senté en las frías baldosas del suelo, apoyando mi espalda en una colección de libros de esoterismo. Miré al frente, y tenía un par de libros de espectros y apariciones, seguidos de una guía sobre cómo contactar con los espíritus. Vale, no podía haber elegido un lugar más siniestro para estar en la biblioteca.

De repente, oí unos pasos que se encaminaban a mi dirección. No sé si eran reales o eran producto de mi imaginación, ya que me estaba formando paranoias. Me levanté y cogí el primer libro gordo que tenía a mano, que resultó ser una guía de interpretación de sueños. Y al ver una sombra, no se me ocurrió otra cosa que tirarle el libro.

- ¡¡¡¡Ah!!! ¡Williams, eres una auténtica bruta!

- ¡Mierda! Schoomaker, lo siento, lo siento, lo siento… No pretendía tirártelo.

- ¡¿Qué no pretendías tirármelo?! ¡Me has dado en toda la cabeza!

- ¡Me asustaste! Estaba muy oscuro, y esta sección me da escalofríos.

- Lena, sólo a ti se te ocurre venir a la sección esotérica de la biblioteca. ¿Por qué no fuiste a la de economía? ¿O a la de geografía? No, la señorita tuvo que venir a la más rara.

- Perdona, pero yo no sabía que esta era la sección esotérica. La vi muy tranquila y vine a sentarme aquí.

- Normal que esté tan tranquila. Estos libros dan mal rollo. “Cómo contactar con los espíritus”, “La magia de las tribus indígenas americanas”, “Guía de interpretación de sueños”, “Los muertos no están muertos”…

Nos sentamos el uno junto al otro en donde estaba yo antes.

- Vale, la próxima vez me iré a la sección de geografía. Pero ahora me da pereza irme de aquí. Se está demasiado tranquilo.

- Entonces nos quedamos aquí.

- ¿Quedamos? ¿Por qué te incluyes?

- Evidentemente, no voy a dejarte sola con todo esto. Puede que te ataquen los espíritus mientras yo no estoy.

- ¡No digas eso! ¿No ves que hoy es Halloween? Se supone que esta noche es cuando los muertos están más cerca del mundo de los vivos.

- ¿En serio crees en esas cosas?

- ¿Tú no?

- Claro que no.

- ¿No acabas de decir que puede que venga un espíritu a atacarme?

- Williams, era una broma.

- Pero yo sí creo en estas cosas.

- Si quieres te abrazo para alejar a los malos espíritus.

- Tú lo que eres es un aprovechado.

- Pues no te abrazo.

- ¡Te he dicho que me abraces!

- Williams, últimamente estás descuidando tus modales mucho.

- Christopher Schoomaker, abrázame, por favor.

Christopher pasó su brazo por mi cintura, y el otro por delante, y me abrazó con delicadeza, dejándome apoyar mi cabeza en su hombro, al mismo tiempo que olía su perfume, un olor que no sabía identificar, pero que me encantaba.

- ¿Qué crees que va a pasar? – le pregunté.

- No creo que el castigo sea demasiado duro. Los más perjudicados vamos a ser White y yo.

- No quiero que te castiguen.

- ¿Y a tu novio sí?

- Ya no es mi novio.

- Eso es nuevo.

- Era idiota. No debería haber hecho lo que hizo hoy.

- Si no lo hubiera hecho, tú y yo no estaríamos hoy aquí

Me quedé callada, como afirmando sus palabras.

- ¿Qué va a pasar ahora? – preguntó él, cortando el silencio.

- Tú y yo no podemos estar juntos.

- Somos demasiado diferentes, pero podría funcionar.

- No lo creo. Como tú has dicho, somos demasiado diferentes.

- Entonces…

- Vamos a seguir como hasta ahora.

- ¿Los besos están incluidos?

- Los besos no se incluyen.

- Venga…

- No discutas Christopher. Tienes novia.

- Como si eso importara.

- A mí me importa. Además, hasta que no encuentres mil razones para que esté contigo, no saldremos juntos.

- Te juro que encontraré mil razones, y entonces saldrás conmigo.

- Lo dudo mucho Schoomaker, lo dudo mucho.